En la Marina Alta hay un aroma que nos conecta con la historia: el de la escaldà de la pansa. Un proceso ancestral que transformaba la uva moscatel en uno de los productos más emblemáticos de nuestra tierra: la pasa.

Durante siglos, esta práctica fue la base económica y cultural de muchos pueblos de la comarca. Las familias enteras se reunían en verano para trabajar juntas, siguiendo un ritual cargado de tradición.

El proceso comenzaba al encender el fuego y calentar grandes calderas de agua mezclada con sosa cáustica. Allí, racimo a racimo, se introducían las uvas durante unos segundos para “escaldarlas”. Este gesto, que da nombre a la tradición, facilitaba que la piel se abriera y el grano se secara más rápido. Después, se extendían cuidadosamente en cañizos y se dejaban al sol durante días, bajo la atenta mirada de quienes velaban por que todo saliera bien.

Pero el clima siempre fue un factor decisivo. Si las nubes amenazaban con lluvia, los cañizos se trasladaban rápidamente al Riurau, esas construcciones típicas de la Marina Alta con arcadas abiertas que servían de refugio y protegían las uvas de la humedad. Gracias al Riurau, la producción podía continuar sin perder calidad. Una vez secas, las pasas se recogían y se almacenaban, listas para consumirse o exportarse.

Hoy, aunque ya no forma parte del día a día, la Escaldà vuelve poco a poco gracias al esfuerzo de asociaciones, ayuntamientos y vecinos que se empeñan en mantener viva esta herencia. Lugares como Jesús Pobre, Llíber o Pedreguer organizan cada verano demostraciones abiertas al público, donde mayores y pequeños pueden descubrir todo el proceso.

Más que un recuerdo, la Escaldà de la Pansa es identidad, unión y respeto por lo que fuimos. Participar en estas jornadas es viajar atrás en el tiempo, sentir el calor de la tradición y reconocer el valor de todas las personas que mantienen vivo este legado.

Porque la pansa no es solo un fruto seco: es la historia de la Marina Alta, contada a través de generaciones.